El derecho a la naturaleza

El equinoccio de primavera ha llegado con fuerza este año alegrándome las mañanas nórdicas. Esa luz que se ha ido manifestando con cuentagotas durante los últimos meses lleva toda esta semana inundando la ciudad. Imagino que estaría esperando pacientemente el comienzo oficial de esta dulce estación. La verdad es que se agradece de corazón y la gente se echa a las calles como despertando de un prolongado letargo. 

Con el gusto que le he cogido a pasear por el bosque entre árboles frondosos y ardillas, no veo el momento de poder disfrutar de ello dejando el abrigo de invierno en el armario. Cuando la temperatura permita comer en el césped y tumbarse a la bartola, ya ni te cuento. De hecho, una de las costumbres suecas que tengo pendiente de experimentar es la de comprar una parrilla desechable en el supermercado y montar una buena merendola campestre. Me resulta curioso lo popular que es esta práctica y lo poco que perjudica el paisaje natural. La gente queda, monta su barbacoa provisional y, posteriormente, deposita los restos en las papeleras especiales dedicadas a ello en los parques. 

Aunque suene a sentido común, desgraciadamente los campos no suelen estar tan limpios en otros países, razón por la que la fama sueca en este caso me parece justificada. Dicho respeto por la naturaleza se ve reflejado, por ejemplo en el Allemansrätt, una interesante normativa propia de algunos países escandinavos que hace referencia al derecho de toda persona a disfrutar de los espacios naturales abiertos. No se refiere necesariamente a un parque natural o reserva protegida, sino que incluye cualquier terreno al aire libre. Por un lado, defiende la posibilidad de acampar, pasear o coger bayas; mientras que por el otro requiere la obligación de preservar la flora y fauna de estas áreas. Un equilibrio razonable, al menos en la teoría.

Lo mejor del caso es que no hace falta ir nada lejos para descubrir dichas zonas naturales. A las afueras de la ciudad hay un lago precioso al que fuimos a pasar algunos días el verano pasado y se ha convertido en una de mis favoritas. Los días más calurosos está lleno de familias y grupos de amigos que chapotean e incluso se bañan en la orilla. Para mí ese agua estaba peor que gélida pero, ya se sabe, todo es relativo. Me atraía más la idea de probar a ir en canoa porque, aun habiendo vivido siempre cerca de ríos y mar, nunca me había animado a darle una oportunidad a este deporte. A la derecha ves una foto que tomé en uno de los descansos.

Otro de los entornos a los que me he aficionado está detrás de casa. Tengo la suerte de situarme al lado de un parque con una pequeña montaña desde donde se ve prácticamente toda la ciudad. Al principio me chocaba este concepto de parque, ya que comparándolo con los parques municipales a los que estaba acostumbrada este me da la impresión de auténtico bosque, un oasis urbano. Se llama Keillers park y corresponde a la imagen inferior.

¡Ojalá duren estos días soleados!





Comentarios

  1. Me alegra que puedas difrutar del añorado Sol.
    Hablando de espacios verdes en general y salvando las distancias, hace unos días veía en una publicación de fotos antiguas de mi ciudad, como se han cambiado las pequeñas plazas con su fuente en medio y su pequeño terreno de cesped, por plazas totalmente de cemento y en algún caso con un banco sin árbol que le de sombra o algún columpio para niños, de esos con tanta seguridad que si se caen no se hacen daño. Creo recordar que se justificó lo de las fuentes por la pertinaz sequía que se padeció durante unos años. De hecho ya no disfrutamos de la primavera y el otoño como cuando éramos niños, pasamos de frío al calor en un santiamén.
    Me encantan los paisajes que describres.

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