Ruidos misteriosos

Durante el invierno, los y las suecas tienden a pasar mucho tiempo en casa. Es una costumbre de la que había oído hablar desde que llegué y, ahora que la experimento en primera persona, doy fe de ella. En realidad, dicha tendencia es totalmente comprensible teniendo en cuenta el clima desasosegado que nos acompaña durante esta temporada siendo, además, la más oscura del año. En otras palabras, digamos que sales a la calle y te topas con siete grados bajo cero junto con una brillante capa de hielo en el suelo, la cual aumenta las probabilidades de resbalón y espectáculo matutino. Pues una vez acabas tus quehaceres diarios, lo que te apetece -más que pasear en la oscuridad absoluta de las cinco de la tarde- es recogerte en casa y encender unas cálidas velitas mientras desarrollas cualquier tipo de actividad de interior.

A juzgar por el contexto, entonces, se plantea como una conducta de lo más lógica. Esta devoción por el hogar se manifiesta, por ejemplo, en la cantidad de comercios que encuentras especializados en productos para la casa. De veras, una cosa exagerada. No es casualidad que una de las empresas suecas más conocidas y exitosas en Europa sea Ikea, sólo párate a pensar qué venden. Les gusta cuidar su morada al detalle creando un ambiente cómodo y uno de los elementos que no suele faltar son las velas: en la estantería, en la mesa mientras comes, en cualquier lugar encajan. Durante el mes de diciembre y aproximadamente hasta mitad de enero, es frecuente iluminar las ventanas de manera que se ven desde el exterior, ya sea con lámparas en forma de estrella o, cómo no, más velas. Se colocan en la repisa de la ventana (aquí se orientan hacia dentro) dando lugar a esa atmósfera tan "mysig" que los suecos anhelan desde que los días empiezan a disminuir en horas de luz. Este adjetivo resulta bastante característico de su cultura y podría traducirse como cualidad de acogedor, íntimo, hogareño y confortable.

Así que yo, mimetizándome con el entorno, disfruto del los ratos en casa cual sueca hogareña. Ya tengo mi pequeña vela con olor a lavanda, regalo de una querida amiga, pero aun así hay algo que me sigue inquietando. Son esos ruidos misteriosos. No lo entendía, casi siempre a la misma hora. Incluso, a veces, más de una vez por semana. Hasta que descubrí de dónde venían, me han tenido en estado de intriga, y el caso es que no consigo acostumbrarme. Da lo mismo en que habitación esté, de repente ¡zas! golpe seco. Como si algo se cayera cerca del recibidor. Me acerco a comprobar y...nada. Qué extraño. Cada varios días lo mismo, hay momentos en los que parece que alguien golpee la puerta de forma brusca. Por suerte, casi todo en esta vida tiene una explicación y te puedes imaginar la expresión de mi cara cuando un día me doy cuenta de que, ejem, es el correo. Hay una carta para mí. Lo absurdo del asunto es que era consciente de que las cartas te llegan directas a la puerta, pero como se quedan introducidas en el hueco de la puerta -por lo que puede que no las veas al momento- y a veces es mi pareja quien las recoge, no había relacionado ambos conceptos.

¡Cuánto susto innecesario! Lo mejor del suceso es que, aun conociendo el origen de los ruidos misteriosos, sigo dando un bote cada vez que me pillan desprevenida.




*Aquí veis el escaparate de una tienda de lámparas y todo tipo de iluminación doméstica donde se distinguen los candelabros y estrellas que os comentaba.

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